viernes, 30 de septiembre de 2011

Darnos cuenta de cuán grandes como pequeños somos en el Universo

El verdadero amante de la Vida debe tener, ante todo, un concepto firme de que somos habitantes del Planeta, frente a los que suponen que todo cuanto nos rodea en la bóveda celeste ha sido creado para recreo y servicio nuestro y que ellos, por su propia persona son el centro y punto primordial de todo cuanto se mueve alrededor de nosotros mismos.
Se sabe que todas las Estrellas que divisamos pertenecen al sistema de la Vía Láctea donde, si bien existen muchos mundos inferiores al nuestro en dimensión, los hay también mucho mayores en una gran capacidad. Podrá ser que muchos de ellos no estén en condiciones atmosféricas para que la vida se manifieste tal como ocurre en nuestro mundo y aunque la materia tenga otra manifestación y forma, es indudable que muchos de ellos tengan su Fauna y su Flora, del mismo modo que las tiene la Tierra. No es lógico que tan solo nuestro mundo tenga habitantes ni que a él sólo se le haya concedido este privilegio. Sabemos también que existen Soles como el nuestro, pero hay un Sol Central del cual depende el que nos alumbra y aún otros Soles Centrales, dependiendo unos de otros, en una prolongación hasta lo infinito...
La Estrella Canope de la constelación austral de Argos, ya descrita por Plutarco, fue considerada por el astrónomo inglés Walkey como un probable Sol Central, alrededor del cual se supone que se mueve todo nuestro sistema, a pesar de ser una estrella minúscula. Es decir, minúscula a nuestra simple vista, ya que es ella 1.350.000 veces mayor que el Sol.
Ahora hagamos algunas comparaciones sobre tamaño de estrellas y sobre su magnitud. Tomemos, por ejemplo, la estrella Vesta, un pequeño Planeta que solamente tiene 400 km de diámetro, pero que se puede ver sin dificultad. Es, sin embargo, 25.000 veces más pequeña que nuestra Tierra y 500 veces inferior a la Luna. Supongamos que a esa Estrella se le ocurre caer sobre la Tierra. Daría ciertamente un golpe formidable, pero no sólo significaría que habría llegado el fin del Mundo. Bueno, sí, pero imaginemos lo que ocurriría dejando de un lado la lógica del desastre: tendríamos una montaña nueva de una inmensa altura que llegaría (para hacernos una idea) a cubrir todo el suelo de Rosario (Argentina) hasta Bahía Blanca, dejando sepultado a Buenos Aires, La Plata y Mar del Plata, "pero nada más". Podríamos acudir desde Europa a admirar este fenómeno curioso como montaña o meteoro caído y se harían excavaciones para dar con la Torre de la Catedral de la Plata. Ahora nuestro cuerpo, según antes se ha dicho, está en relación con el Mundo en cuanto a tamaño y si se aplica esa Ley de Relatividad donde todas las Estrellas en que mientras más grandes sean éstas, mayores serán sus habitantes, tendríamos que los habitantes de la Estrella Vesta habrían de ser 25.000 veces más pequeños que nosotros y, por consecuencia, de 7 mm de altura. De tal modo que no podrían verse a simple vista y para ellos serían nuestros insectos, horribles dragones monstruosos que les dieran espanto y de una patada, una cucaracha, por ejemplo, podría matar a centenares de estos habitantes. Nosotros seríamos unos enormes gigantes y tardaría infinidad de tiempo en poder ascender a cada uno de nosotros por piernas y brazos. Nuestras formas de flores, serían como grandes árboles y hay que suponer su admiración al ver con qué facilidad los arrancábamos de raíz. Llegarían a considerarnos Dioses si es que les fuera posible vernos a distancia. Pues así, tenemos varios Planetas, mucho mas pequeños que la Tierra y desde ellos se nos mirará como una estrella de inmensa magnitud. Tornemos ahora la cuestión a la inversa.
Hay astrónomos que han concebido la posibilidad de que la Tierra choque con el Sol y como el Sol es un millón de veces mayor que la Tierra, si nosotros cayéramos sobre él (dejando otra vez de lado la lógica más singular: el calor aplastante, el impacto...), seríamos nosotros la montaña y para eso, más que lo era para nosotros la formada por Vesta. El choque que recibiría el Sol sería también formidable, pero una vez repuesto de la conmoción, llegarían de todas partes los hombres solares a admirar la nueva montaña que había caído en su Planeta. Si el hombre es, más o menos, de 1,50 a 1,80 m de altura, el "hombre solar", en relación con el tamaño del Sol, tendría que tener una altura de 40 leguas y proporcionalmente, su anchura. Para subir al Mundo, tendrían que pasar por nuestros mares, ya que la mayor parte de la Tierra es Océano, y entonces se le haría difícil la marcha aunque el agua sólo les mojara los tobillos.
Supongamos que entre los habitantes del Sol, los hubiera naturistas como entre nosotros, y uno de ellos rompiera la punta de una montaña para estudiar ese trocito de meteoro caído y compararlo con piedras que ellos tengan. Se agacharían sobre el meteoromontaña para observar cómo estaba en la superficie y verían terrenos húmedos, desiertos, campiñas verdes, pero no les sería posible distinguir ni plantas ni árboles. Entonces, se valdrían de un microscopio y así podrían apreciar nuestras plantaciones y si aún tomasen un ultramicroscopio, llegarían a ver las ciudades, los ferrocarriles... Interesados por estas curiosidades, llamaría este naturista a un compañero y le haría observar ciertos ruidos y raros piquetes de minúsculas hormiguillas sin saber que estamos en guerra. Que se baten China contra Japón, Perú contra Colombia, o Bolivia contra Paraguay..., siendo para ellos los tiros de cañón aún menos perceptibles que el tictac de un reloj. Seríamos, en suma, curiosos infusorios para los habitantes del Sol. Bien ridículo, para ellos, sería suponer que hiciéramos diferencias entre Obama y un cochero de Shangai, entre calles de México y una del Barrio Latino de Paris. Un fuerte soplo de un solano bastaría para barrer todas nuestras pretensiones estúpidas.
Gran fantasía demuestra, cuanto estamos relatando. Sin embargo, sería real, si esto que es una hipótesis, se llevara a la práctica. En este caso, solamente se ha relatado para hacer comprender nuestra posición frente a otra pequeña y viceversa. Así se puede comprender y sentir la influencia que pueda tener el Sol y las Estrellas sobre nosotros mismos. Así podremos comprender y sentir el efecto de darnos cuenta de lo que significamos entre ese maremágnum de Mundos y Soles.

jueves, 22 de septiembre de 2011

La Naturaleza

El que la Naturaleza sea indiferente al hombre es una ilusión que no podría haber surgido a la existencia, sin la otra ilusión de que la tierra existe aparte del hombre. El espíritu sabe que la Naturaleza no es indiferente. En momentos de gran agonía o de gran exaltación, comprende que el espíritu de la Naturaleza es un compañero y un compañero que tiene el poder de hablar y el poder de ayudar. El ímpetu creador pulsa incesantemente en el corazón de nuestra hermosa madre esmeralda, que nos lleva como infantes desvalidos en su seno, mientras somos sus hijos, y nos da de su maravillosa abundancia para que podamos respirar, y bañarnos, y comer, y beber, y ser sostenidos en toda forma que necesitamos y pedimos de ella. Ella siempre arregla sus dones de acuerdo con las necesidades, sin equivocarse jamás. Ella es una donadora cuidadosa, que elige siempre lo que se necesita de sus almacenes vastísimos, y da siempre al que necesita. El derroche de la Naturaleza, que siempre se menciona contra ella como un reproche, es un derroche completamente físico y superficial, o, mejor dicho es solo aparente y no real. Los millones de semillas que terminan en la nada, desde el punto de vista físico, no son ni fracasos ni derroches. Físicamente, la materia que las compone es sencillamente reordenada, y espiritualmente el ímpetu que los hizo pasar el umbral de la materia, se ha convertido y vuelto a su origen. No es perdida alguna para ellas por cuanto no son seres que estén ocupados en una peregrinación para los cuales cada paso debía ser un paso de progreso, y cada paso atrás es un obstáculo en ese progreso. La hermosa Madre verde es la amiga del hombre, una esfera de graciosas entidades no-humanas que lo acompañan y sostienen durante su peregrinación. La infinita variedad de forma y belleza contenida en eso que llamamos Naturaleza, es la expresión de su amor y belleza espiritual, en lo que el hombre es capaz de apreciar mediante sus sentidos físicos; y estas formas jamás parecerían sólidas o de destrucción posible si no fuera por las ilusiones del cerebro humano. Una vez libertado de estas ilusiones, el espíritu del hombre reconoce que mientras para él, el nacimiento o la muerte son de vital importancia, para los espíritus de la Naturaleza no son más que una parte del juego de la vida. Para una de esas simientes de la Naturaleza, una encarnación no es más que una burbuja de jabón arrojada al aire. La Naturaleza está ocupada en hacer un hogar para el hombre mientras este lo necesite, y Ella pasa adentro y afuera de la esfera de la ilusión sin ser afectada por ello y sin darse cuenta del significado que el hombre da a las palabras nacimiento y muerte. Los psíquicos que han aprendido a ir lejos en la vida espiritual y a aportar el recuerdo a través del umbral hasta la conciencia física, nos hablan de las maravillosas formas de la Naturaleza, rebosantes de belleza, que han visto. Es evidente, por el testimonio de aquellos que han explorado de esta manera, que los espíritus de la Naturaleza rodean y sostienen a los espíritus de los hombres en las esferas espirituales. Donde los espíritus de los hombres se ven como formas translucidas, teniendo poderes y posibilidades ininteligibles para los hombres aún encarnados, también se ven formas translúcidas de flores y de árboles, de una belleza tal que es imposible expresarla en lenguaje humano. Y allí se ve también que hay una atracción y comunicación entre los espíritus de los hombres y los espíritus de la Naturaleza, en una forma desconocida para nosotros ahora. En el mundo etérico se ve que las flores que forman guirnaldas en los lugares de adoración, lo hacen así, porque así lo desean, lo mismo que las almas que allí van en adoración lo hacen porque también desean hacerlo. En los estados puramente espirituales, se ve mucho más claro que esta es la ley de la vida, gobernando el amor todas las cosas. En la vida terrestre el hombre toma y retiene; cuando su espíritu adelanta hacia los estados espirituales, encuentra allí que no puede existir tal “tomar y retener”. Todo cuanto rodea al espíritu y glorifica su vida, viene voluntariamente, por su propio gusto, como resultado del amor. Una gran crisis en la vida de un hombre, que lo liberte temporalmente de su cuerpo físico, lo hará sentir algunas veces que la Naturaleza es su amiga y compañera. Los hombres van a los campos y a los bosques en busca de la silenciosa sociedad que allí encuentran, y vuelven a su trabajo y luchan con los demás, fortalecidos y calmados por aquella. Pero en los momentos de agonía espiritual, el silencio queda roto por lo que parece un milagro. Uno que ha sufrido mucho me contó un incidente que se convirtió en un punto de vuelta en su vida. Cuando se encontraba al pie de un árbol, en la más profunda desesperación y dolor, el silencio de la Naturaleza se convirtió en lenguaje. El espíritu del árbol se inclino hacia la forma postrada a sus pies y la tocó, diciéndole con una voz llena de intensa piedad: “¡Pobre ser humano!”. El toque y la voz levantaron y despertaron al espíritu de su ciego sopor de dolor. Y levantándose lentamente maravillado y admirado, el hombre se recostó contra el árbol, y encontró fortaleza y sanidad en ese compañero compasivo y hermoso; y de nuevo emprendió su jornada.