lunes, 22 de septiembre de 2008

Buscando los signos de las cosas venideras

En las culturas occidentales modernas, el futuro se presenta como algo largamente indefinido. Creciendo desde el presente, su forma sólo se puede discernir hasta el punto en que la lógica pueda utilizarse para extrapolar esta tendencia. Pero una creencia, común a ciertas culturas, es que el futuro tiene una forma predeterminada que puede ser descubierta y utilizarse como guía en la vida cotidiana.
Las predicciones toman muchas formas. En el Tibet, los adivinos pueden meditar, tirar los dados u observar el comportamiento de los pájaros para aconsejar sobre decisiones importantes. Los adivinos, normalmente monjes budistas llamados lamas, pueden predecir los días adecuados para que los habitantes se casen, planten las semillas o planifiquen estrategias militares; también pueden elegir el emplazamiento de una nueva casa o dar ideas acerca del carácter de un individuo y su probable destino.
Otro método popular de predicción es leer la palma de la mano, una técnica desarrollada hace unos 3.000 años en China e India. Los que leen la palma observan sus líneas para descubrir cosas tales como la disposición, tendencias de la salud, o cambios futuros.
La lectura de dibujos de arena, otro medio antiguo de ver el futuro, lo practican algunas tribus americanas. Entre los navajos, los sabios de la tribu vierten arena coloreada en sus dedos, para luego interpretar los patrones que resultan.
En algunas zonas del oeste de África, los habitantes, deseosos de obtener consejo, confían en una clase particular de araña que se cree posee una sabiduría sobrenatural. Unas cartas de predicción especiales, cortadas de plano, con hojas duraderas, se dejan en una madriguera habitada por una de las arañas peludas más grandes. Cuando la criatura sale, sus movimientos reordenan las cartas. A continuación, el adivino interpreta el nuevo patrón y la forma en que se revela el futuro.

sábado, 20 de septiembre de 2008

La luz de Einstein

El 29 de mayo de 1919, el cielo que cubría Puerto Príncipe era plomizo y encapotado. Todavía más melancólicos se encontraban los ánimos de los dos científicos británicos, el astrónomo Arthur Eddington, de la Universidad de Cambridge, y Frank Dyson, del British Astronomer Royal, que habían viajado hasta este rincón del planeta en el golfo de Guinea para fotografiar estrellas durante un eclipse total de sol. Para ellos, la capa de nubes amenazaba con arruinarlo todo. Si podían captar imágenes nítidas de la lejana constelación de Tauro durante el breve intervalo de tiempo en que sería visible durante el eclipse, podrían confirmar o refutar la teoría general de la relatividad del físico alemán Albert Einstein. Hasta esa fecha, la teoría no había sido demostrada.
Entre otras cosas, las ecuaciones de Einstein afirmaban que la luz no siempre viaja en línea recta, tal como exige la lógica, sino que puede desviarse a su paso por las cercanías de un cuerpo estelar como el sol. Eddington y Dyson planeaban demostrar su hipótesis fotografiando la luz de un grupo de estrellas de la constelación de Tauro, que normalmente no se distinguiría, al pasar cerca del sol. Sólo el eclipse haría posible tomar las fotografías. Después, los análisis de las imágenes revelarían si la luz se había desviado o no. Sin embargo, la mañana había sido lluviosa, y ahora, al empezar el eclipse, parecía que sus respuestas iban a esconderse tras una capa de nubes.
Desesperados por tener éxito, los dos científicos guardaron sus telescopios, y he aquí que a medida que el eclipse se aproximaba a la totalidad, las nubes se alejaron lo suficiente como para tomar un par de buenas fotografías. Eddington se puso inmediatamente a trabajar analizando las imágenes y, tras tres días de intenso cálculo de las posiciones de las estrellas de Tauro en relación al Sol y a la Tierra, supo que había demostrado la teoría de Einstein. La luz de las estrellas de esta distante constelación se había desviado bajo la influencia del sol.
Aunque Einstein dijo después que estaba tan convencido de la firmeza de su teoría que había dormido durante todo el eclipse, otros científicos de todo el mundo no compartían en absoluto su indiferencia. Se daban cuenta de que, si se confirmaban las predicciones de Einstein, toda la ciencia tendría que adaptarse a una comprensión del tiempo y del espacio radicalmente nueva. Cuando se anunciaron los resultados de las observaciones de Eddington y Dyson ante la Real Sociedad Astronómica junto con evidencias corroboradas por un segundo grupo de científicos que había viajado hasta Sobral, en Brasil, la historia fue portada en todos los periódicos del mundo. El siglo XX se apresuró a felicitar a su genio, aunque sólo unos pocos en todo el planeta eran capaces de comprender sus ideas.
Las teorías de la relatividad de Einstein plantearon misterios de espacio y tiempo nunca soñados por pensadores de la antigüedad o por filósofos anteriores al siglo XIX. Mediante la observación, la experimentación y el establecimiento de conjeturas, los científicos, desde siempre, han perseguido los secretos de la naturaleza hasta los confines más alejados del espacio. Nos han dado unas nuevas y sorprendentes visiones del cosmos tan profundas, según su sentido propio de lo fantástico, como la creación de mitos en China, India y las tierras mayas.
Los cosmólogos y astrofísicos nos han tentado con profecías de viajes en el espacio, y han descrito las maravillas que encontraríamos, desde enjambres de galaxias hasta agujeros negros y estrellas de neutrones. La ciencia también ha alumbrado una teoría pareja a la relatividad, denominada mecánica cuántica, que explica los trabajos del universo en la escala más pequeña, en el campo de los electrones y otras partículas subatómicas, bajo unos conceptos que la teoría general de la relatividad de Einstein no puede explicar. Todavía quedan muchos enigmas pero, duda a duda, prueba a prueba, los científicos finalmente están llenando las lagunas de nuestro conocimiento que existían desde que los primeros seres humanos alzaron maravillados la vista al cielo.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Lo han dicho (3)

La felicidad pertenece a los que se bastan a sí mismos, porque todas las fuentes externas de la felicidad y del goce son, según su especie, inseguras, defectuosas, pasajeras y sometidas a la casualidad.
A. SCHOPENHAUER

No hay cosa que descubra más la cualidad de los hombres como darles labor y autoridad. ¡Cuántas cosas prometen sin saber cumplirlas! ¡Cuántos, en su puesto de trabajo o en la calle, parecen hombres excelentes, y solamente son unas sombras en la práctica!
F. GUICCIARDINI

La gloria, como solamente es ruido, es decir, aire agitado, flota alrededor del globo, como la atmósfera, y su curso cambia y sopla sin cesar, paseando los nombres y los renombres, para terminar por dispersarlos.
A. RIVAROL